jueves, marzo 24, 2016

Eufórica de Andrés Cisneros

Eufórica de Andrés Cisneros 

Era 2006, trataba de sobrevivir como muchos de los que llegan a la Ciudad de México. En el Zócalo se instalaba la Feria Internacional del libro y en el área de editores independientes se encontraba un pequeño Stand en el que se vendía la revista Versodestierro.  Al pasar por sus pasillos fui abordado por Andrés Cisneros y Adriana Tafoya, quiénes me vendía de primera mano la revista. Recuerdo haberla comprado, porque, al igual que yo en esa época estábamos sobreviviendo en una Ciudad que me parecía un tanto cruel. Yo sobreviviendo a ella, buscando la posibilidad de trabajar en lo que fuere para salir adelante, y Andrés y Adriana sobreviviendo a un medio literario totalmente hostil y encarnizado contra todo aquel que asome su nariz para pertenecer al círculo, cuando quizá el circulo literario no busca escritores, ni mucho menos lectores, sino más bien aplaudidores y aduladores profesionales que eleven la autoestima del poeta correspondiente en la era del egocentrismo y en la construcción de las egotecas personales.
                Una vez terminada mi travesía por la Ciudad de México tuve la oportunidad de conocer más a fondo la poesía de Andrés, así como su calidad humana. La poética de la ruptura como una forma de actitud frente a las prácticas sociales que se instauran en el ejercicio poético, ha sido una constante tanto en su obra como en su persona. Los poetas van escribiendo su visión de la poesía durante todo el ejercicio de escritura, lo que llamamos voz; una construcción sintáctica, semántica y gramática subordinada a una intensión estética-poética , se va profundizando con el paso del tiempo.
                Entre la realidad y la poesía se construye un vínculo: una realidad simbiótica y dialéctica. La realidad no puede comprenderse sin el lenguaje y el lenguaje no existiría si no media la realidad. Y es en ese punto donde el poeta se hace consciente de la realidad poética.
                Eufórica de Andrés Cisneros abre con el apartado, No hay letras para escribir tu epitafio. Como origen de una realidad, nos encontramos con un mundo en ruinas, en una era quizá post apocalíptica, en donde el derrumbe y el abandono de los significados nos situaran en nuestra propia podredumbre y decadencia:

Si jalas este alambre el mundo colapsará a tus pies
—lo saben—
y si el hambre está en tus manos, espárcela
y si la muerte sale de tu casa, visita el mundo entero
que todos sepan qué poder se mueve en la tierra negra de tu mente
que le teman al árbol que de ella se alimenta
y procuren hincarse para no ser
destruidos.

La justicia, la igualdad, la seguridad, el derecho y todo lo que conforma la seguridad social poco a poco se va diluyendo, en la medida ese sistema social de grandes engranajes o de “gran calado para estar con la época” fue encerrándose en su propio confort y apatía. No es de extrañarse entonces que el inicio de la voz poética de Andrés estuviera originada en el grito y en la llamada de atención, en la búsqueda de equilibrio poético (quizá personal) que le permitiera movernos del letargo a una realidad activa y cambiente:
El equilibrista patea tordos
les pisa la cara les prensa la piel
contra el cuchillo del cable
presiona sus cuellos.
Peludos de plumas chillan
dan tijeretazos
desafinan
son violines descordándose
en el mar
Lo que sigue en la trayectoria propuesta por Andrés es ir desencarnando las palabras y sus sentidos, no para mostrarnos que dentro de las decadencias existe el alma, más bien es para llevarnos lejos de la “encarnación” con que los poetas actuales le impregnan a las palabras para mostrar o “demostrar” que está viva desde la cotidianeidad. Nos lleva lejos a donde el lector esté libre de las afectaciones emocionales con que otros poetas revisten las palabras por una imagen interesante, misteriosa pero sobre todo autocomplaciente.
                La trayectoria propuesta en Eufórica, esa línea que parte para hacernos avanzar y desaparecer el origen sin mostrarnos un destino, nos dice que la víscera también tiene espíritu y no solo la decadencia, lejos muy lejos de ese ideal exquisito con que se mira la poesía. Lo suyo es una constante guerra, incluso después de ella. La lucha diaria que muestra, que a pesar de lo aplastante de la vida cotidiana, la realidad busca el reclamo para mantenerse viva.
                Eufórica no gasta el término de antología, sino que centra el trabajo de Andrés en una revisión poética que permite a los lectores recrear una lectura diferente en cada uno. Dejo el siguiente poema quizá represente la poética personal de Andrés.

El equilibrista del puente
A estas alturas
el horizonte (siempre lejano)
es pensamiento
nunca boca
y sobre los cables
dibuja en su andar la vía del tren
una llaga un puente que arde
—hierro húmedo de brillo.
El equilibrista medita inmóvil
piernas de pájaro
los zancos —en zapatillas de faquir—
hormiguean las tensas ligas
apretándole las ámpulas
sangrantes
—y sus pies
tendones tiesos
raíces amarras
artríticas encarnaduras:
rotas arterias
que detienen
el paso de la inteligencia
sobre el tiempo.
Arriba de las torres el cielo explota.
Truena la tempestad
y el equilibrista parece caer
en la fractura
de las ideas. Lo empuja el oleaje del viento
hacia el precipicio
donde las aves son clavos
que sellan las ventanas del horizonte
y sus picos
filosas palas
que al girar su llave
cierran antiguas puertas.
El equilibrista patea tordos
les pisa la cara les prensa la piel
contra el cuchillo del cable
presiona sus cuellos.
Peludos de plumas chillan
dan tijeretazos
desafinan
son violines descordándose
en el mar.
Desecha la máscara suicida
se desanudan las nubes
y entre un aroma de estrellas
el cielo se desvanece.
Se arranca las ligas
libera los pasos
—y sin más aplauso
que el silencio—
logra el sorprendente acto:
desciende el puente y sale de la carpa

para nunca más volver.