domingo, junio 28, 2020

Crónica para el fin del mundo.



                                                               A Pedro Valderrama por hacerme regresar al pasado.  

I

La primera vez que vi a Raúl Bañuelos fue en una visita que dio a la Preparatoria.  Era 1996 y cursaba la preparatoria. Tres años antes,  los periódicos locales daban cobertura a la muerte de Elías Nandino. Y en 1994 el EZLN se alzaba en armas  contra el gobierno.  Esos tres hechos marcaron de manera profunda  mi decisión de meterme de lleno al mundo de la creación literaria. Los tres hechos, de manera inquietante, los repasaba de manera constante en mi cabeza. Yo era un chavo. En la secundaria, a través de las reseñas de Elías Nandino supe que existía un lugar llamado “Taller” y que en él, los que asistían, escribían cuentos y poemas, que Nandino “había inaugurado” los primeros talleres en la ciudad. El levantamiento del EZLN derivó una serie de manifestaciones artísticas, entre las cuáles estaba el rock que escuchaba en esa época, y de alguna u otra manera, me enseñaba la importancia de manifestar nuestras ideas, por radicales que estas fueran, el EZLN, ubicó a mi generación en la conciencia social. Y por la visita de Raúl Bañuelos a la preparatoria, descubrí que los escritores eran de carne y hueso, y que estaban más cerca de nosotros.
Los años noventa fue una época importante para la producción literaria en Jalisco, bien lo ha documentado Pedro Valderrama, en su libro El perímetro de la hoja, como fue el desarrollo de la creación literaria a través de la aparición de revistas icónicas de la época; Trashumancia, El Zahir, o Luvina, por mencionar algunas. Y esta vez, prepara otro trabajo, en el cuál reúne una pequeña compilación de poetas que les nos tocó vivir y producir en la década de los noventa y principio del dos mil.  
Esperando también la llegada de ese trabajo y celebrando  este por recuperar la memoria, ¿Qué hacía yo en esas épocas? La finalidad de este texto tiene como propósito hacer una crónica, sin más intención que recordar, como lo haría cualquier persona en una plática informal al calor de una cerveza o un café, tal vez porque cuando hablamos del pasado, en realidad conversamos con nosotros mismos sobre lo fuimos o dejamos de hacer.
Era la preparatoria 7, el programa se llamaba “Escritores en tu prepa” y era coordinado desde SEMS por César López Cuadra, y Raúl Bañuelos el escritor que nos visitaba. La charla tuvo un gran impacto en mis aspiraciones como escritor, y en mi afán me inscribí a dos talleres escolares y a dos talleres externos. En la escuela, me inscribí al taller que coordinaban Miguel Reinoso y Luis Rico Chávez, y al taller que coordinaba Efraín Amador Sánchez. Fuera de la escuela, asistía al taller “Elías Nandino” coordinado por Artemio González García, en el Ex convento del Carmen y al Anti-Taller César Vallejo coordinado por Raúl Bañuelos. La asistencia de estos talleres marcó de manera significativa mi vida. Cada uno reveló aprendizajes diferentes.
Entre semana asistía al taller de Miguel Reinoso y Luis Rico en la escuela y por los miércoles en la noche, asistía al Ex convento del Carmen, al taller de Don Artemio González. Los sábados estaban destinados al taller de Efraín Amador en la escuela y después del mediodía, me trasladaba a la Casa de las Palabras y las Imágenes, del Departamento de Estudios Literarios de la UdeG, en donde Raúl Bañuelos, de manera generosa, nos adentraba al mundo de la poesía.
Eran los años noventa, y todo estaba en pleno apogeo. Yo los chavos más jóvenes que asistían al taller y no era el único. Había una camada de chavitos que no alcanzábamos los dieciocho años, pero que veíamos con entusiasmo lo que sucedía alrededor. En el taller, varias veces llegó Raúl con ejemplares de Trashumancia, de Juglares y Alarifes, de Luvina o de libros que simplemente compartía y rifaba entre nosotros.
Allí conocí gente como Fernando Toriz, Jorge Orendaín, Alejandro Zapa, Blas Roldán o Felipe Ponce, allí supe de proyectos como el Hoyo, o Arlequín. Por supe de la existencia del Tianguis Cultural, y de la existencia de proyectos culturales y literarios que se hacían o tenían vida en Guadalajara.
Tal vez una cosa llevó a la otra, lo mismo asistía a los miércoles literarios, que a tocadas en el Tianguis Cultural. Lo mismo conseguíamos alguna publicación de Alimaña drunk, del Seis “El padrote de la muerte” que asistíamos a la presentación de algún libro en la Sala Elías Nandino. Era parte de la vida literaria y cultural que existía en la Ciudad y de la cual fui aprendiendo como  si los más jóvenes fuéramos una esponja.
Lo que nos tocó a los jóvenes de la generación a la que pertenezco fue aprender de lo que se estaba generando en la década de los noventa. Y con esas ansías llegamos a la siguiente década donde habríamos de desarrollar nuestros propios proyectos y contar nuestras historias.

II
¿Cómo llegamos a la siguiente década? Durante toda nuestra niñez el 2000 estuvo presente, si un año venidero tenía resonancia era el 2000, porque en ese año se acabaría el mundo. Y tal recordemos con gracia el miedo que provocaba el Y2K, en la que supuestamente, los sistemas digitales iban a colapsar.  Afortunadamente, nada pasó. Pero las condiciones que se habían presentado en la década anterior si habían cambiado.  Daba la sensación que los más jóvenes habíamos asistidos  a una gran fiesta de adultos, y era nuestro momento de hacer la propia. Y añorábamos hacer lecturas, revistas y libros como lo había hecho la generación que nos había antecedido, sin embargo las condiciones eran otras y teníamos la obligación y el desparpajo de hacer nuestra propia historia.
Para el año 2000, ya había tenido mis primeros poemas publicados, tenido mi primera lectura, ya había terminado la prepa y había desertado de la Carrera de Ingeniería Civil, de la cual solo duré cuatro semestres. Me di de baja para ingresar a la Carrera de Letras Hispánicas en CUCSH,
En esa época conocí a Bethsabé Ortega, Víctor César Villalobos, Marco Antonio García, Hugo Plascencia, Juan Antonio Cervantes, Marlene Zertuche, éramos muy jóvenes y nos juntábamos en el patio de la escuela, a veces cotorreábamos, había un compañerismo y una camaradería, y el ímpetu de hacer cosas.  En la facultad, ya existían colectivos que proponían publicaciones y lecturas, cuando nosotros entramos existía la revista “Nuestra Casa” que después derivó en Memoria de la Voz, y que al frente estaba Isidro Delgado, Lourdes González Salmerón.
Nosotros queríamos hacer algo y asistíamos a las reuniones en cada de Marco Antonio Gabriel. Intentamos hacer un periódico Recienyegango, proyecto que por azares del destino nunca cuajó. Pero esas bases, nos sirvieron para organizar lecturas que se llevaron a cabo en el café Epicúreos, que se encontraba en Avenida Unión y López Cotilla. En esa época teníamos claro algo, queríamos aprender, y queríamos adentrarnos en el mundo literario de Guadalajara. Nos abrimos a toda corriente de pensamiento, a todas las formas de concebir lo literario. Trabajos de equilibrar las mesas, entre las personas que apenas se acercaban a la literatura y las que ya eran referentes en esa época. Teníamos como referente, las lecturas que organizó Raúl Bañuelos en la Mutualista. Nosotros pretendíamos hacer un puente generacional, por las mesas de lectura lo mismo pasó Dante Medina, o Karla Sandomingo, o Alejandro Zapa, que los jóvenes que veníamos empujando en esa época.
Las lecturas derivaron en la creación de la revista Espejo Humeante, nombre que tomamos del libro de Juan Bañuelos y la cual pretendía ser un homenaje. Sacamos dos números, y una serie de desencuentros nos orilló a todos a tomar caminos por separados.
Pero de esa época, de esa etapa nosotros solo fuimos uno de los tantos proyectos que había, en esa época surgieron las revistas El pregón de los Gambusinos en el Iteso, En la masmédula que era dirigida por Cecilia Magaña y Diego Villaseñor, y los proyectos más interesantes de la década, La revista La voz del esfinge, que había nacido en la década anterior con Antonio Marts, La revista Reverso, dirigida por Carlos López de Alba, y Tragaluz que dirigía Carmen Villoro,  así como Metrópoli dirigida por Carlos Vicente Castro que surgió a finales de la década, en 2008.
En la primera década del siglo XXI el panorama cambió completamente con respecto a lo que se vivió en la década de los noventa. Lo digital nos dio forma, el Internet se convirtió en el canal de promoción y difusión, los que fuimos jóvenes en esa década, nos relacionamos con otros grupos de otras latitudes gracias a los blogs, a los chats, a los Messenger, los MSN Space, o los grupos en Hotmail.  Fuimos los primeros jóvenes que mudamos a las plataformas digitales, sin que ellos significaran renunciar a las publicaciones impresas.
 Tal vez sea necesario conocer y estudiar qué pasó en esa primera década del siglo XXI. El cambio de paradigma entre lo impreso y lo digital. En la manera de relacionarse, de crear, de producir. Tal vez lo que pueda contarse de esa época y de esas historias apenas están en ciernes. Y lo que vemos sea solo una pieza de un gran rompecabezas que puede mostrar uno de los cimientos de que se produjo después del 2000, una historia que aún está muy reciente.