Eufórica de Andrés
Cisneros
Era 2006, trataba de sobrevivir como muchos de los que
llegan a la Ciudad de México. En el Zócalo se instalaba la Feria Internacional
del libro y en el área de editores independientes se encontraba un pequeño
Stand en el que se vendía la revista Versodestierro. Al pasar por sus pasillos fui abordado por
Andrés Cisneros y Adriana Tafoya, quiénes me vendía de primera mano la revista.
Recuerdo haberla comprado, porque, al igual que yo en esa época estábamos
sobreviviendo en una Ciudad que me parecía un tanto cruel. Yo sobreviviendo a
ella, buscando la posibilidad de trabajar en lo que fuere para salir adelante,
y Andrés y Adriana sobreviviendo a un medio literario totalmente hostil y
encarnizado contra todo aquel que asome su nariz para pertenecer al círculo, cuando
quizá el circulo literario no busca escritores, ni mucho menos lectores, sino
más bien aplaudidores y aduladores profesionales que eleven la autoestima del
poeta correspondiente en la era del egocentrismo y en la construcción de las
egotecas personales.
Una vez
terminada mi travesía por la Ciudad de México tuve la oportunidad de conocer
más a fondo la poesía de Andrés, así como su calidad humana. La poética de la
ruptura como una forma de actitud frente a las prácticas sociales que se
instauran en el ejercicio poético, ha sido una constante tanto en su obra como
en su persona. Los poetas van escribiendo su visión de la poesía durante todo
el ejercicio de escritura, lo que llamamos voz; una construcción sintáctica,
semántica y gramática subordinada a una intensión estética-poética , se va
profundizando con el paso del tiempo.
Entre
la realidad y la poesía se construye un vínculo: una realidad simbiótica y
dialéctica. La realidad no puede comprenderse sin el lenguaje y el lenguaje no
existiría si no media la realidad. Y es en ese punto donde el poeta se hace
consciente de la realidad poética.
Eufórica
de Andrés Cisneros abre con el apartado, No hay letras para escribir tu
epitafio. Como origen de una realidad, nos encontramos con un mundo en ruinas,
en una era quizá post apocalíptica, en donde el derrumbe y el abandono de los
significados nos situaran en nuestra propia podredumbre y decadencia:
Si jalas este alambre el mundo colapsará a tus pies
—lo saben—
y si el hambre está en tus manos, espárcela
y si la muerte sale de tu casa, visita el mundo entero
que todos sepan qué poder se mueve en la tierra negra de tu mente
que le teman al árbol que de ella se alimenta
y procuren hincarse para no ser
destruidos.
La justicia, la igualdad, la seguridad, el
derecho y todo lo que conforma la seguridad social poco a poco se va diluyendo,
en la medida ese sistema social de grandes engranajes o de “gran calado para
estar con la época” fue encerrándose en su propio confort y apatía. No es de
extrañarse entonces que el inicio de la voz poética de Andrés estuviera
originada en el grito y en la llamada de atención, en la búsqueda de equilibrio
poético (quizá personal) que le permitiera movernos del letargo a una realidad
activa y cambiente:
El equilibrista patea tordos
les pisa la cara les prensa la piel
contra el cuchillo del cable
presiona sus cuellos.
Peludos de plumas chillan
dan tijeretazos
desafinan
son violines descordándose
en el mar
Lo que sigue
en la trayectoria propuesta por Andrés es ir desencarnando las palabras y sus
sentidos, no para mostrarnos que dentro de las decadencias existe el alma, más
bien es para llevarnos lejos de la “encarnación” con que los poetas actuales le
impregnan a las palabras para mostrar o “demostrar” que está viva desde la
cotidianeidad. Nos lleva lejos a donde el lector esté libre de las afectaciones
emocionales con que otros poetas revisten las palabras por una imagen
interesante, misteriosa pero sobre todo autocomplaciente.
La trayectoria propuesta en Eufórica,
esa línea que parte para hacernos avanzar y desaparecer el origen sin
mostrarnos un destino, nos dice que la víscera también tiene espíritu y no solo
la decadencia, lejos muy lejos de ese ideal exquisito con que se mira la
poesía. Lo suyo es una constante guerra, incluso después de ella. La lucha
diaria que muestra, que a pesar de lo aplastante de la vida cotidiana, la
realidad busca el reclamo para mantenerse viva.
Eufórica
no gasta el término de antología, sino que centra el trabajo de Andrés en una
revisión poética que permite a los lectores recrear una lectura diferente en
cada uno. Dejo el siguiente poema quizá represente la poética personal de
Andrés.
El equilibrista del puente
A estas alturas
el horizonte (siempre lejano)
es pensamiento
nunca boca
y sobre los cables
dibuja en su andar la vía del tren
una llaga un puente que arde
—hierro húmedo de brillo.
El equilibrista medita inmóvil
piernas de pájaro
los zancos —en zapatillas de faquir—
hormiguean las tensas ligas
apretándole las ámpulas
sangrantes
—y sus pies
tendones tiesos
raíces amarras
artríticas encarnaduras:
rotas arterias
que detienen
el paso de la inteligencia
sobre el tiempo.
Arriba de las torres el cielo explota.
Truena la tempestad
y el equilibrista parece caer
en la fractura
de las ideas. Lo empuja el oleaje del viento
hacia el precipicio
donde las aves son clavos
que sellan las ventanas del horizonte
y sus picos
filosas palas
que al girar su llave
cierran antiguas puertas.
El equilibrista patea tordos
les pisa la cara les prensa la piel
contra el cuchillo del cable
presiona sus cuellos.
Peludos de plumas chillan
dan tijeretazos
desafinan
son violines descordándose
en el mar.
Desecha la máscara suicida
se desanudan las nubes
y entre un aroma de estrellas
el cielo se desvanece.
Se arranca las ligas
libera los pasos
—y sin más aplauso
que el silencio—
logra el sorprendente acto:
desciende el puente y sale de la carpa
para nunca más volver.
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